Cuatro detenidos por robar prendas
Tres hombres y una mujer de nacionalidad columbiana ,han sido detenidos por, presuntamente,...
“Está gravísimo”, flota en el aire viciado. La clínica de Sepang está blindada. El acuartelamiento afecta a los miembros del equipo de Simoncelli. Un fotógrafo se acoda en un scooter. No tiene el objetivo preparado. “No quiero fotografiar esto”, protesta, con los ojos humedecidos.
Aparece la novia de Marco, con un ataque de nervios. Los periodistas se arremolinan a cualquier movimiento. Se buscan informadores. Pero un grupo de comisarios acordona la entrada. “Soy su novia”, reclama Katty. Pero hay veda. Más ante un caso tan grave.
Giampiero Sacchi, el hombre que le confió el peso del Grupo Piaggio en 250cc con Gilera, se oculta tras unas gafas de sol. En otra esquina, Max Sabbatani aguarda, nervioso. Él ya vivió el drama en Misano en 2010 cuando trabajaba en el equipo de Shoya Tomizawa. Sigue agolpándose gente contra la valla. Randy Mamola se apoya en unas cajas, mirando al horizonte. “No sé nada, no sé nada”, dice Aldo Gandolfo, responsable de prensa del equipo, asediado a su salida de la clínica. Tanto que rompe a llorar ante el acoso generalizado.
Al lado de Marco está su padre, Paolo. No se pierde ni un instante de la vida de su hijo. “Lo están reanimando”, comenta un cámara de televisión italiana. Ya llevan más de 20 minutos. No hay más noticias. Cada cuál camina en círculos, mesándose la barbilla, mirando al cielo. Hay una inquietud que va dando paso al pavor. Sube la tensión cuando Guido, del equipo, se acerca a la multitud. “Marco no sale, no sale”, susurra a los oídos de los más allegados. Y el derrumbe.
“Nooooooo, noooooooooo”, exclama casi imperceptible Sacchi, que lo quería como a un hijo. Pernat, su asesor, va murmurando: “Povero Marco, povero Marco” (pobre Marco)”. Entre los lamentos, sale Hervé Poncharal, presidente del IRTA. “No voy a hablar, no voy a hablar”, se disculpa. Pero su rostro está desencajado.
Mientras, se recuerda el caso de Uncini, hoy Delegado de Seguridad en el campeonato. Él vivió un trance similar. Pero con más fortuna. Franco perdió el casco tras una embestida de Wayne Gardner en Assen, en 1983. “Se ha cancelado la carrera”, informan. No hay médicos, explican. Todos están volcados con Marco.
Paolo Simoncelli sale de la clínica. Camina con pausa hacia los que aguardan alguna nueva. Sus ojos brillan, pero parece entero. Él mismo informa a sus mecánicos. Son las 16.58. Marco no sobrevive a la parada cardiorrespiratoria. Ni siquiera pueden salvar sus órganos. “Es lo que querían él y su familia para donarlos, pero con el corazón sin latir ya no se pueden utilizar”, cuenta el médico.
La desesperación hace explotar el llanto. Paolo camina hacia el box y ante él se va abriendo el gentío, mientras un pésame generalizado cae como una losa sobre el motociclismo. “Dejo esto, lo dejo, ya no más”, protesta de rabia Pernat. Hay quien especula que lo harán muchos. Incluso Rossi. Marco caló hondo. Hasta hacer daño. Mucho daño.
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